Autor: Teresa Camaselle
Temática: General
Descripción: Las botas de ante no se llevan bien con el café Santiago de Compostela. 23/07/10. 10.00 horas. Las mujeres tenemos formas curiosas de reaccionar ante la presencia de cierto tipo de espécimen masculino. Me estoy refiriendo concretamente a ese hombre que hace que se te descuelgue la mandíbula, se te aflojen las rodillas y se te fun-dan las neuronas. Y todo eso a pesar de que el tío en cuestión tenga, como en este caso, aspecto de no haber dormido en veinticuatro horas, barba de tres días y unos vaqueros zarra-pastrosos combinados con una camiseta desteñida por todo atuendo. Claro que cuando bajo tan cutre embalaje, se en-cuentra el cuerpo glorioso de un dios griego y un rostro que haría palidecer a Hugh Jackman, con diez años menos, quizás empieces a comprender por qué una oficina llena de mujeres jóvenes, inteligentes e independientes, se llega a alborotar como un gallinero ante la llegada de “él”. —Alerta 2, chicas. Anabel se está tirando el café por en-cima de sus nuevas botas de ante. Solía apartó la vista de la pantalla del ordenador y com-probó que, efectivamente, Anabel había decidido bautizar su calzado con un oloroso y humeante café recién hecho. ¿Otra vez Sergio? Tendría que prohibirle asomar por la agencia, por lo menos hasta que Anabel aceptase ir a una terapia psi-cológica o se buscase un novio, o algo que la curase de aquel embobamiento que ya duraba dos meses. Y todo por una sola cita, que ni siquiera fue gran cosa según ella misma había reconocido. Mujeres... —¡Haz algo, Sofía! —le gritó Carmela, al tiempo que arrancaba la taza de café de la mano de Anabel y la sacudía para que saliese del trance. —Ya voy. Ni que fuera culpa mía... —Viene a verte a ti, como siempre —bufó su compañera, mientras arrastraba de un brazo a la semicomatosa del café, camino del baño—. ¿Y tú por qué llevas botas de ante en julio? —Es que por la mañana estaba muy nublado —lloriqueó Anabel, sorbiendo por la nariz. —Ya, y que ayer te fuiste a las rebajas y no pudiste esperar para estrenarlas, ¿a que sí? La otra sacudió la cabeza a los lados, alborotando los rizos demasiado decolorados, que le daban aspecto de la típica rubia con pocas luces. A su lado, Carmela, que apenas le llevaba dos años y era una morena alta e imponente, parecía una sargento tratando de imponer disciplina a un recluta atolondrado. —Sí, sí, a verme a mí —murmuró Sofía por lo bajo cuando las dos desaparecieron por la puerta del baño. Salió de detrás de la mampara que la ocultaba de la entrada para encontrarse con la sonrisa perezosa de Sergio que estaba preguntando por ella a la recepcionista. Contuvo apenas las ganas de decirle a su nueva empleada que dejase de mordisquear la tapa del bolígrafo mientras repasaba de arriba abajo con ojos lánguidos al recién llegado. —Aquí está mi chica —dijo Sergio con voz rasposa, apo-yando una cadera contra el mostrador de cristal tras el que Mar, la nueva, lo seguía devorando sin disimulo. —¿Este es tu novio, Sofía? Vaya, no me extraña que lo tuvieras tan calladito. Si yo fuera tú, no lo dejaría salir sólo a la calle. —Sergio-no-es-mi-novio —masculló con el tonillo de quien ha repetido mil veces la misma frase, al tiempo que agarraba al intruso por un brazo y tiraba de él para obligarle a seguirla hacia su mesa. —Ya voy cariño —dijo Sergio, dejándose llevar mientas guiñaba un ojo a la recepcionista—.